Te conocí hace años, en el mes de marzo, en esos días de escuela cuando nos mirábamos en el recreo, compartiendo moñas y oraciones nuevas.
Yo te miraba, sin entender muy bien lo que significaba el amor, sin entender ese dolor en mi pecho que me hacía suspirar, cada vez que te veía.
Amaba la sonrisa que dormía en tu boca, y eras tan linda que hasta las flores se desojaban al mirarte.
Quería ser todo en tu vida, llenarte de caricias, escribirte mil poemas, y que todos terminaran con la palabra amor.
Por años te amé en silencio, sin entender que el amor puede ser bueno, malo, incluso puede ser como una balanza, que hasta una simple lágrima la hace titubear.
Cada año de escuela mi amor por ti crecía, y en mis cuadernos los corazones con tu nombre estaban vivos, respiraban y se sentían felices de ser parte de mis sentimientos. Y las cartas, ese centenar de cartas que escribí y jamás te envié, por miedo a no recibir tu respuesta, por temor a que no sintieras lo mismo.
Un día te marchaste, te fuiste de este amor que aún me sigue quemando, que sigue siendo solo un pájaro enjaulado, que anida en el árbol seco de mi corazón.
Te seguiré buscando en cada cara y en cada risa, en todos los recreos.
Seguirás viva en todas las oraciones que todavía te escribo, y tu recuerdo será eterno, como el amor que ayer te di.
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Solo quiero decirte, gracias.