jueves, 1 de febrero de 2018

Niños de la calle

¡No sé si logras escucharlos!
No sé,
tal vez solo yo puedo oírlos.
Resuenan en el vacío, voces que no se escuchan,
pasos que siguen viviendo en el silencio.
Hay un resumen de gritos sin terminar.
Son palabras vencidas y sin oraciones,
son ojos y caras que a nadie le importan.
Pequeños pasos sin alegría,
que sobreviven más allá de la sucia intolerancia.
Hay cuerpos de trigo pobre
que aún deambulan por el mundo,
arrastrando millones de zapatos cansados.
Un ejército de niños de la calle
pelea cada día una batalla perdida
contra las cenizas y el hambre.
Sin quererlo,
siguen siendo rehenes, de la madre indiferencia.
Son rehenes de la vida, con la carne y la mirada esclava.
Hoy viven en la soledad
comparten con ella vocales frágiles,
pensamientos sin pasaporte,
susurros arrodillados en la noche.
Probablemente, no pidieron llegar al mundo,
y ser obligados a desterrar
del diccionario la palabra soñar.
Es duro cuando no se logra silenciar
el llanto de una barriga flaca.
Quizá, solo buscan una risa perdida, 
una esperanza en el viento,
que voló sin pedir permiso,
que cambió de estación sin avisar.
Para ellos el mundo sigue girando
con espinas y vidrios,
vomitando el verde pan que alimenta sus vidas.
Tal vez, fueron engañados,
obligados a nacer por el destino,
que sin compasión y dejando a un lado su humanidad
los convirtió,
en niños de la calle.

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