El día primero de enero marcaba la llegada de un nuevo año, y en casa de la familia Marques, este año traía además, un nuevo ciclo escolar para la hija más chica.
Cristina, con sus seis años cumplidos, daba vueltas por la casa con su mochila de Bob esponja, colgada de su espalda.
Su madre al verla y sin querer quitarle la ilusión le dijo. Hija faltan algunos meses aún para la escuela, las clases comienzan en los primeros días de marzo.
Tienes que subir y cambiarte Cristina, tu padre ya puso las valijas en el auto, sabes bien que nos vamos de vacaciones, cuando regresemos tendrás tiempo para aprontar tu mochila.
Así partió la familia Marques, una llave en la puerta dejaba a la casa en silencio. Pero el silencio no quedó en toda la casa, en el dormitorio, en el ropero, allí latía todo un mundo de ropa.
Estaba la familia de las medias, la familia de los pañuelos, también la familia de las gorras, y en el último cajón del ropero encima de los zapatos, ahí vivía la familia de las moñas. Su familia tenía una larga tradición de moñas y moños famosos, con un linaje que se remontaba en el tiempo.
Estaba el Papá moño, con sus cuerpo de un color negro azulado, que orgulloso decía que hace algunos años atrás, vistió en el traje de un presidente.
La Mamá moña, anfitriona durante largo tiempo de fiestas importantes, y estaba su hijo, el joven moño, que repleto de felicidad solía contar, que él era muy unido al director de una orquesta.
Sin embargo este nuevo año, trajo algo más que un nuevo comienzo de clases. Una nueva integrante en la familia de las moñas había nacido.
Todos saben que las moñas al nacer son blancas, pero aquella pequeña nació diferente.
Toda una sorpresa se llevaron los Papás moñas, pues la recién llegada mostraba un color celeste intenso en su cuerpo, igual al cielo en un día de verano. Será por este motivo, que decidieron ponerle de nombre a su hija, Celeste.
Pasaron los días, la pequeña moñita daba sus primeros pasos por el ropero, y las miradas de las otras familias, dejaban notar el asombro al verla.
Murmuraban entre ellos, de lo rara que era Celeste, y esto hizo que Mamá moña comenzara a preocuparse, quizás su hija había nacido con algún problema.
Sin saber qué pensar, los Papás moñas llevaron a Celeste al Doctor, que al verla pasar por la puerta de su consultorio, del asombro se le cayeron los lentes. Apurado se los puso, y casi sin poder hablar les dijo ¿Qué puedo hacer por ustedes?
Celeste fue sometida a varios exámenes, hasta que el Doctor llegó a la conclusión , de que no tenía nada, que lo diferente era cu color, pero estaba más que sana.
No se alarmen comentó el Doctor. Aquellas palabras dejaron más tranquilos a los Papás moñas, que despreocupados regresaron al ropero.
Ya habían pasado dos meses y Celeste seguía igual, pero ahora no la miraban de forma diferente, y es que su color de piel no la hacía distinta.
Al comenzar marzo, ya se sentía el frío del otoño que se acercaba. Era el primer día de mes, y este día el joven moño tenía una función con la orquesta.
Celeste y sus padres irían a la función. Mientras bajan por las escaleras hasta la sala, en un rincón, guardada como un trofeo estaba una túnica.
Un armario antiguo, con un enorme vidrio tallado vigila aquella túnica blanca, y al pasar junto a ella, Celeste le preguntó a su madre.
_¿Por qué está ahí Mamá, y no en el ropero?
_Esta túnica es muy antigua hija. Además este año la joven Cristina, se la pondrá para ir a la
escuela.
_¡Mamá! Yo también quiero ir a la escuela. Quizás yo puedo ser su moñita.
Durante al función todos miraban atentos al director de la orquesta, y en su camisa con cara atenta, el joven moño observa a los músicos, mientras su cuerpo resalta por el brillo de las luces.
Al ver a su hermano con su suelo cumplido, Celeste no deja de soñar despierta en poder ir a la escuela, descubrir aquel nuevo mundo.
Unos días después regresó la familia Marques, y Cristina corrió a buscar su mochila, cuando pasó frente al viejo armario, notó que a la túnica le falta la moña.
_¡Mamá! Mañana comienzo la escuela y no tengo una moña para mi túnica.
_Es verdad hija, me olvidé de la moña. Bueno puedes ir un día sin ella, mañana paso por la tienda
y te compro una.
En el ropero un pañuelo comentó la noticia, y otro se lo contó a una gorra, así llegó hasta la familia de las moñas.
¡No puede ser! Dijo el Papá moño, como es posible que se hallan olvidado de la moña. Al escuchar la noticia, Celeste preguntó ¿Yo puedo ser esa moña?
Hija lo siento mucho, no creo que tú puedas ser, las moñas que van a la escuela son azules, lo siento.
Esa noche Celeste no podía dormir, las lágrimas no la dejaban, ella quería ir a la escuela. Cuando el sueño comenzó a ganarle, algo pasó. Una luz blanca iluminó todo el ropero, despertó a todos los que dormían. Poco a apoco la luz se hizo más pequeña.
Como en un cuento, aquella pequeña moñita que había nacido diferente, fue tocada por la luz mientras su cuerpo flota en el aire, y comienza a crecer, para llenarse de un azul profundo.
Por primera vez en su vida, Celeste comienza a sentir que su sueño, puede llegar a ser una realidad.
A la mañana siguiente, Cristina bajó hasta el viejo armario, y para su sorpresa una brillante moña azul, dormía en la túnica.
Mientras salen por la puerta rumbo a la escuela, todas las familias que viven en el ropero, saludan a la pequeña Celeste.
Ahora, la que una vez fue una pequeña moñita celeste entra en la escuela, bajo una lluvia de risas de cientos de niños. Tendrá seis años en los que podrá aprender, jugar, reír, y ser una moña feliz.
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