jueves, 17 de noviembre de 2016

El carrusel mágico

Una nueva primavera asomó por el mes de setiembre, floreciendo en la granja y en el establo, donde convivían una gran cantidad de animales.
Pero este año era algo diferente, cuatro yeguas que dormían allí, esperaban sus crías. Los sonidos de relinchos se mezclaban en el aire, sobrepasando el cacareo de las gallinas, y el mugir de una vaca.
Durante esa mañana, tres de las cuatro yeguas ya habían tenido sus crías, faltaba una, la más vieja de todos los animales de la granja.
Aquella yegua blanca hacía muchos años que no lograba tener un potrillo, su dueño Luis la consideraba su mimosa. Ese, fue precisamente el nombre que le puso aquel día, cuando la compró siendo apenas una potranca de meses.
Al llegar la noche, el silencio se sentó en el establo, solo lo interrumpió el resoplo entrecortado de Mimosa, que hacía fuerzas por tener su cría.

Las horas pasaban lentas bostezando su sueño, mientras las otras yeguas con sus crías y el resto de los animales observaban en silencio, esperando ver el milagro de una nueva vida.
Luis acariciaba suavemente la barriga de la yegua y le murmuraba, tranquila, tranquila, aguanta un poco más, yo estoy aquí contigo.
Mimosa se encontraba echada en un colchón de paja, y con sus ojos llenos de miedo, apenas levantaba su cabeza del suelo.
El sonar de un trueno retumbó en el establo, y la oscuridad apagó la tímida luz que colgaba en el tablón apolillado, que sostenía el techo.
De pronto, Mimosa dejó de respirar. Luis no la sentía moverse, ya se había resignado a perderla, y ahí pensó, fue demasiado para ella estaba muy vieja. Y en la penumbra, cuando ni el viento se movía, algo pasó. Una luz comenzó a crecer, y se hacía más grande, más fuerte, brotaba desde lo profundo de Mimosa, iluminando todo el establo.
Igual de rápido amaneció el día, y un nuevo potrillo llegó a la granja, Mimosa lo lavaba mientras él, torpemente intentaba pararse.
Anoche me asustaste Mimosa, le dijo Luis, mirándola como lava sin parar de adelante y atrás a su potrillo. Creo que es momento de que le muestres a tu cría el pastizal.
Luis abrió las puertas del establo, dejó libres a las cuatro yeguas con sus crías.
Corrían por el pastizal, cayendo, dando vueltas y saltando, comiendo pequeños brotes de pasto tierno arrancado a tropezones.
Mimosa miraba a las otras crías correr de un lado a otro, en cambio la suya, temerosa se escondía entre sus patas. Su potrillo era completamente negro, igual a la noche en que nació, apenas resaltaba en su frente una pequeña mancha blanca, asemejando a una estrella.
Las estaciones pasaban de prisa, al igual que el tiempo, y en la granja los potrillos se convirtieron en potros vigorosos y fuertes.
Llegó el momento de colocarles la silla de montar, y aquello era toda una proeza para Luis, que sabía que esto a los potros no les gustaba nada.
De a uno les fue poniendo la silla, daban saltos intentando quitársela del lomo, y hasta incluso la mordían. No pienso en subirme dijo Luis, no quiero que me tiren al suelo.
Y le tocó el turno a Negro, así lo llamó Luis, al potro de Mimosa. Pero algo diferente pasó cuando le puso al silla, Negro no se movió, solo la miró, y Luis, no supo qué pensar, parece que ya conoce la silla ¡Qué raro! pensó Luis. Estoy con ganas de subirme ¿Negro no me vas a tirar, verdad?
Al escuchar a Luis, Negro solo lo miró, y cuando pestañeó un destello de luz se escapó de sus ojos.
Luis se subió en la silla y con paso lento emprendió la marcha, dio algunas vueltas, hasta que rato después puso sus pasos de nuevo en el suelo. Quiso sacarle la silla del lomo, pero Negro sacudía su cabeza como diciendo que no, y Luis exclamó ¡Qué raro es este potro!
En la mañana Luis salió de su casa rumbo al establo, tengo que ir al pueblo murmuró. Cuando Negro escuchó su voz se puso de pie con su silla a cuestas, mirando a Luis que no daba crédito a lo que veían sus ojos. Está bien Negro, vamos si es lo que quieres, Y así lo montó partiendo rumbo al pueblo. Al llegar, se encontró con una caravana del circo que pasaba por el lugar. A Luis le llamó la atención, un carrusel que se encontraba tapado con una lona, que no dejaba ver lo que había debajo.
Entonces una ráfaga de viento se coló bajo lona, y Luis pudo ver una fila de caballos todos negros, que en aquel carrusel parecían estar vivos.
Un hombre de caminar cansado frotaba sus manos en aquellos caballos, y parecía que hablaba con ellos.
Luis estuvo un rato observando, pensó debe ser algún loco. Luego bajó de Negro y lo ató a un poste. Enseguida vuelvo le dijo, y entró en la tienda, pero Negro sentía la necesidad de acercarse al carrusel, el deseo que lo impulsaba, era más fuerte que él.
Cuando Luis salió de la tienda, pudo ver a Negro que se había soltado, y que estaba parado justo al lado del carrusel.
El hombre de caminar cansado acariciaba a Negro, y mirando sus ojos algo le decía.
Apurado Luis llegó hasta ellos ¡Negro te soltaste!
       _¿Es suyo este caballo? _ preguntó el hombre extraño.
       _Si, es mío ¿Usted quién es?_ preguntó Luis.
       _Yo soy el dueño del circo, y este es mi carrusel mágico.
       _¡Mágico! Qué tiene de mágico _ consultó Luis.
       _Me gustaría mostrarle su magia, pero no es posible, porque está roto.
       _¡Lo siento! ¿Qué se le rompió?
       _La vida, confesó el cirquero.
Puedes ver ese lugar, ahí falta un caballo decía el cirquero, y sin que Luis se diera cuenta, Negro puso una de sus patas en el carrusel. En ese momento Negro se transformó en el caballo que faltaba, y el carrusel comenzó a dar vueltas.
Luis apurado se subió en él, y las risas de niños comenzaron a escucharse, giraban junto con el carrusel. Entre todos los caballos que subían y bajaban, uno apenas movía sus orejas. Luis se montó en él, y ahí en ese momento comprendió, que aquella noche en que Negro nació, su destino siempre fue, ser parte de este carrusel mágico.
     

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