martes, 8 de noviembre de 2016

Zapatos negros

Hoy tomé el tren de las siete y treinta, para llegar a mi destino a las nueve quince, es un viaje que parece no tener fin, es la misma cruz que marca el almanaque, la misma costumbre, hasta parece que voy sentado en el mismo vagón amarillo, cada día con la misma gente. Llevo puesto el traje que use ayer, o no, quizás es el traje del día anterior a hoy, más bien se parece al traje del lunes. Bueno en realidad da lo mismo de que día es el traje, a fin de cuentas todos mis trajes son del mismo colo gris nube, la misma camisa celeste, y la misma corbata marrón. Los prefiero así, que sean todos iguales para no tener que pensar a la hora de elegir, el que me queda peor.

Pero hoy el tren parece diferente, la gente parece distinta, o soy yo que he tomado otro tren, no el de las siete y treinta. Será que estoy yendo a otro lugar donde no me esperan, puede ser eso, o puede ser que el tren todavía no arrancó.
Hoy hace un mes, que sigo tomando el tren de las siete y treinta, que me lleva pero que no me trae de regreso, ese camino lo hago a pie para llegar más tarde. Llego a eso de las once a casa, pero hay veces que siento que no he llegado, que sigo sentado en la misma silla, con el mismo cansancio, con el mismo traje gris de ayer.
Estoy a prueba donde estoy, la persona anterior a mi, no pudo soportar y se fue, yo sigo por ahora, no siento ganas de irme, aunque tenga que tomar el tren de las siete y treinta, para llegar a las nueve quince.
Puedo sentir que me miran de fría manera, soy para ellos un extraño que usurpó el lugar de otra persona, un desconocido con traje gris, que cada mañana llega y se sienta tras un escritorio, y mira pasar las horas en el reloj desde las nueve quince hasta las cinco de la tarde. Que luego se va caminando para llegar a su casa a las once, las doce.
Recién es martes, aún me quedan cuatro días de trabajo tras el escritorio acomodando papeles, leyendo nombres y números, viendo los rostros que me miran detrás de los escritorios, escondidos detrás de las letras, murmurando en el baño, hablando mal del extraño con traje gris que entra a trabajar a las nueve quince.
Ya pasaron dos meses desde que entré a trabajar, sesenta días han pasado ya desde aquel día en el que recibí en el teléfono la noticia que debía ir a la entrevista. Recuerdo que ese día me levanté a las seis de la mañana, quería llegar a tiempo, por eso la noche anterior había dejado pronto el portafolio con todos mis méritos.
El traje gris lucía impecable, la camisa parecía más celeste, igual la corbata. Todo estaba como debía, y tomé el tren de siete y treinta, llegué  a las nueve, viajé con la misma gente con la que hoy sigo viajando, siguen estando en silencio igual que el primer día. Ese día llevaba puestos mi único par de zapatos negros.

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