El comedor, fue el lugar de la casa que recibió más ideas a la hora de ser decorado, porque allí sería un espacio único, donde todos se sentarían viéndose las frentes, mirándose a los ojos.
Más que un comedor sería una iglesia, o un purgatorio para poder confesar todos los pecados, o un simple lugar de reunión. Por eso pusieron esmero a la hora de construirlo, y fue hecho en el tiempo que comenzaron a construir las casas con techo de loza, y las bovedillas eran historia.
Pero no bastaba solo con eso. Para alcanzar la gloria, el comedor tenía que tener el metraje indicado, todas las medidas debían ser justas para poder acoger a todos los muebles que allí vivirían.
Los cuatro puntos cardinales, identificados por las cuatro esquinas de sus paredes, estaban todas en perfecta escuadra y armonía. El plomo no mentía ni media gota al observar el nivel, todo se había edificado a la perfección. En realidad quedó perfecto, cuando cada uno de los muebles fue puesto en su lugar, en la ubicación que hace mucho tiempo atrás fue definida.
Como un suspiro que late inerte, hoy se puede ver a la mesa ovalada del comedor, y se ve igual que el primer día, y pensar que fue puesta hace treinta años, cuando la familia recién se formaba y la casa estaba repleta de sueños.
Ha estado en el mismo sitio, en ese espacio que la ubica en el centro donde muere la luz, y en lugar que la mantiene apenas separada por una pared y un pequeño pasillo con la entrada de la cocina, dándole la espalda al dormitorio principal, y a unos pocos metros del living.
Las sillas que la acompañan desde siempre, que nacieron con ella y que eran de un roble macizo, hoy ya no se ven ni se sienten tan fuertes, las polillas las han debilitado, sin embargo, siguen sentadas a su alrededor, en silencio, esperando el momento que las haga abandonar la oscuridad.
Aún se puede escuchar el sonido del las cucharas tocando el fondo de los platos, abriéndose paso entre la sopa, mientras a su costado los otros cubiertos aguardan.
El mantel que supo ser confidente de charlas y risas, y que estuvo presente en tantos cumpleaños, sigue invadido por migas de arroz y algún trozo de pan que quedó esperando.
Recostado sobre la mesa, aún se lo puede ver inundado con manchas casi secas de alguna que otra comida, y ellas lo han dejado con olor a ajo y esperanza, llenándolo de cicatrices y silencios.
A su alrededor siguen oyéndose susurros que nadie escucha.
Los retratos en las paredes con fotos en blanco y negro de antiguos familiares, todavía siguen mirando hacia la mesa, observando todo, pero ya no tienen el mismo brillo que antes, una cortina de polvo y telarañas los han hecho permanecer en silencio.
Hasta el viejo reloj de cucú, que descansa en la pared de ladrillos donde una vez se pensó en colocar una ventana, sigue igual con su loca marcha de cuerda y péndulo, dando la hora exacta cada día, durante toda la noche.
En el cristalero de espalda apolillada, los vasos de whisky y las copas de vino esperan, siguen sin sentir el sabor en sus cuerpos, yacen detrás de un vidrio tallado por la ausencia, encima del estante de las botellas de licor añejado que respira a medio llenar.
Todo en el comedor parece igual de lo que una vez fue, es como si el tiempo nunca hubiera pasado por sus paredes, aquellas que alguna vez se vieron alegres, dejando atrás lo amargo con cada nueva mano de pintura.
Sobre la mesa, aún permanece el florero con algunas margaritas vestidas con unos pocos pétalos de plástico, y también se puede ver dos o tres rosas que ya no sueltan color.
Las baldosas en los pisos, que al principio lucían como mármoles, hoy ya no escuchan los pasos, la grasa y el olvido las mantienen oscurecidas y frías.
Lo que todavía se puede sentir, es el aroma del café recién molido, que le dio final a una o dos sobremesas, que sigue inundando cada rincón de las cuatro paredes.
Y mirando hacia el cielo, en un candelabro que antes fue la única luz y que emerge a medio paso del techo, hoy se logra ver la agonía de una vela.
La humedad también se ha hecho huésped del comedor, llenando la mesa y todo lo demás con su verdor, cambiando el olor a piel por otro menos dulce.
La puerta sigue estando cerrada, hace un tiempo que no se usa el comedor, ha quedado inservible.
Fue dejado de lado por una pequeña mesa en la cocina, y por la falta de parte de la familia que ya no vive en la casa, esa familia que tantas veces se reunió pasando por su sombra.
Todo es silencio en él, ya no es lo que era, los únicos testigos de su pobreza son las caras en las fotos.
Solo el agitar de las alas de una mosca retenida en la tela, pone algo de sonido al letargo. Pero todavía están los recuerdos, y ellos nunca olvidan.
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viernes, 10 de marzo de 2017
jueves, 19 de enero de 2017
Mi casa
No quiero limitarme a pensar, que sólo es un lugar protegido por cuatro paredes, una puerta y unas cuantas ventanas, y que se alza enclavado en un pedazo de tierra cualquiera.
Con un pequeño jardín donde florecen las esperanzas, camina el tiempo y se renueva la vida.
Es algo más que eso, es mi templo, mi refugio, es un espacio que no tiene tiempo, donde se encierran todos mis deseos y pensamientos.
A ese lugar llego cada noche, sabiendo que me hace sentir un rey, que el sacrificio derramado por mis manos, renace cada día, con cada salir de un nuevo sol.
El mundo se destruye afuera, lejos de nuestra puerta, pero aquí adentro, la paz encontró un lugar donde hacer su nido de regocijo, un lugar donde las palabras son limpias, y no se pierden al pensarlas.
La tentación sucumbe ante el cristal de las ventanas, pero ni siquiera su frío traspasa la verdad, de no caer en la simpleza, por eso retamos a la indiferencia.
En mi casa, todos los sueños son posibles, y cada uno de los que vivimos en ella, somos conscientes de que para hacerlos realidad, hay que luchar por ellos. El no puedo, no figura en nuestras palabras, y la razón, es un poema libre en nuestra mente.
Las canciones escritas por vergüenza, ya no mojan nuestra oreja, preferimos escuchar el canto vivo, en la risa de un solitario río.
Cada reunión en nuestra casa, es una plegaria de agradecimiento, porque en ella nos sentimos alimentados, y esa sensación, es como soltar infinitas miradas que se hacen libres, y corretean bajo las sillas.
La alegría de sentirse vivo, y de pisar sin miedo al que dirán, por pensar diferente, no son calco de nuestro camino.
Mi casa, solo permite que pongan sus pies en ella y que caminen por su sangre, únicamente a aquellos que al pasar por su puerta, dejan afuera las sombras y el pensamiento, ese, que los impulsa a querer tener lo que no es suyo.
Los conflictos de los que viven en la ignorancia, permanecen atados, lejos de nuestras manos, no somos participes de sus miedos.
Los años pasan, las paredes se gastan de tanta pintura, pero siguen firmes, son columnas entrelazadas que ven pasar los sueños. La puerta sigue abierta al amor, aunque sus grietas son profundas, y es por eso, que prefiere alimentarse con las manos que la tocan.
Cómo no querer a mi casa, si en ella me siento rico, porque sé bien, que al acostarme cada noche, puedo soñar y sentirme seguro bajo su aliento.
El sacrificio de levantas cada uno de estos bloques, para que se hicieran fuertes, también marcó la unión de esta familia, nos hizo duros, aunque muchas veces vimos sangrar nuestras manos, jamás soltamos una lágrima.
La pobreza, alguna vez compartió nuestra mesa, no obstante le pusimos el hombro y, así la erradicamos en el olvido, como si no la conociéramos.
En las mañanas, se abren nuestras ventanas para dejar entrar la brisa, que se hace huésped en nuestras camas, y se queda dormida en el silencio de almohadas y sábanas.
El sol celoso, también acaricia caras con sueño, y por no sentirse menos, le pone calor al corazón, para luego esconderse cada tarde.
Este castillo que llamamos casa, donde cada uno cuida un horizonte, se mueve siguiendo las huellas, que dejaron los que nacieron antes.
Cuando el mundo, infestado de tanto consumismo se quiebre cayendo en pedazos, habrá un lugar donde encontrar refugio, siempre estará mi casa, de paredes y manos.
Con un pequeño jardín donde florecen las esperanzas, camina el tiempo y se renueva la vida.
Es algo más que eso, es mi templo, mi refugio, es un espacio que no tiene tiempo, donde se encierran todos mis deseos y pensamientos.
A ese lugar llego cada noche, sabiendo que me hace sentir un rey, que el sacrificio derramado por mis manos, renace cada día, con cada salir de un nuevo sol.
El mundo se destruye afuera, lejos de nuestra puerta, pero aquí adentro, la paz encontró un lugar donde hacer su nido de regocijo, un lugar donde las palabras son limpias, y no se pierden al pensarlas.
La tentación sucumbe ante el cristal de las ventanas, pero ni siquiera su frío traspasa la verdad, de no caer en la simpleza, por eso retamos a la indiferencia.
En mi casa, todos los sueños son posibles, y cada uno de los que vivimos en ella, somos conscientes de que para hacerlos realidad, hay que luchar por ellos. El no puedo, no figura en nuestras palabras, y la razón, es un poema libre en nuestra mente.
Las canciones escritas por vergüenza, ya no mojan nuestra oreja, preferimos escuchar el canto vivo, en la risa de un solitario río.
Cada reunión en nuestra casa, es una plegaria de agradecimiento, porque en ella nos sentimos alimentados, y esa sensación, es como soltar infinitas miradas que se hacen libres, y corretean bajo las sillas.
La alegría de sentirse vivo, y de pisar sin miedo al que dirán, por pensar diferente, no son calco de nuestro camino.
Mi casa, solo permite que pongan sus pies en ella y que caminen por su sangre, únicamente a aquellos que al pasar por su puerta, dejan afuera las sombras y el pensamiento, ese, que los impulsa a querer tener lo que no es suyo.
Los conflictos de los que viven en la ignorancia, permanecen atados, lejos de nuestras manos, no somos participes de sus miedos.
Los años pasan, las paredes se gastan de tanta pintura, pero siguen firmes, son columnas entrelazadas que ven pasar los sueños. La puerta sigue abierta al amor, aunque sus grietas son profundas, y es por eso, que prefiere alimentarse con las manos que la tocan.
Cómo no querer a mi casa, si en ella me siento rico, porque sé bien, que al acostarme cada noche, puedo soñar y sentirme seguro bajo su aliento.
El sacrificio de levantas cada uno de estos bloques, para que se hicieran fuertes, también marcó la unión de esta familia, nos hizo duros, aunque muchas veces vimos sangrar nuestras manos, jamás soltamos una lágrima.
La pobreza, alguna vez compartió nuestra mesa, no obstante le pusimos el hombro y, así la erradicamos en el olvido, como si no la conociéramos.
En las mañanas, se abren nuestras ventanas para dejar entrar la brisa, que se hace huésped en nuestras camas, y se queda dormida en el silencio de almohadas y sábanas.
El sol celoso, también acaricia caras con sueño, y por no sentirse menos, le pone calor al corazón, para luego esconderse cada tarde.
Este castillo que llamamos casa, donde cada uno cuida un horizonte, se mueve siguiendo las huellas, que dejaron los que nacieron antes.
Cuando el mundo, infestado de tanto consumismo se quiebre cayendo en pedazos, habrá un lugar donde encontrar refugio, siempre estará mi casa, de paredes y manos.
viernes, 6 de enero de 2017
La inocencia de un rostro marchito
Sentado en un banco viejo, un hombre anciano despedaza sin remordimiento un trozo de pan, observando cómo se oscurecen las sombras de un montón de palomas flacas, que sin misericordia hacen suyas las migas entre picotones.
Los ojos, vacíos de sueños de aquel viejo, denotan los años, con arrugas que son cataratas que se resbalan por su cara, y empujan a un montón de lágrimas que caen muertas al piso.
Lo veo frotarse sus manos gastadas, llevarlas hasta su cabeza para acomodar la gorra de lana, en la que aún se logra observar las cicatrices hechas por las polillas.
Al verlo así, me pregunto. ¿En qué momento su familia perdió el amor por él? ¿Por qué quebraron su alma y lo privaron de sus afectos, arrastrándolo a vivir en el olvido?
Acaso, en algún momento de su vida se tomaron el tiempo para preguntarle, si así era la manera en que quería terminar sus días, alimentando palomas tristes, y caras que no conoce.
Con su ropa dolida, sigue esperando no se sabe qué. Sólo él es dueño de ese sentimiento, que lo mantiene sentado en el frío, en aquella mañana de invierno.
Igual que un reloj, ve pasar las horas sin sentir la caricia de todos los que se olvidaron de venir a visitarlo, justo en este domingo del día del abuelo.
Él no entiende su futuro, pero tampoco quiere entregarse, menos verse vencido por esa voz oscura que le susurra entre dientes, no van a venir.
Se levanta del banco, y camina con una mirada perdida sin comprensión ni rumbo.
Yo lo miro y sigo caminando, de apoco voy acercándome a la puerta del internado.
Una voz le grita, Don José, no se aleje del patio de descanso, y entonces pude escucharlo. Estoy sentado en un banco más viejo que mi vida, rodeado de flores que se murieron hace años y, a este lugar lo llaman patio de descanso, murmuraba Don José.
Detuvo su paso de niño, y pude ver sus ojos celestes, recorrer la calle de un lado a otro, buscaba otros ojos ausentes de su pasado.
No pudo reconocer a nadie, y con la tristeza colgando de sus zapatos gastados volvió al banco y allí se sentó. Algo decía para él, pero yo no le entendía, por más que aceleraba mis pasos hasta donde se encontraba.
Una joven con su túnica blanca se acercó hasta Don José, en sus manos una carta escrita por trazos entrecortados, le hacían saber que su familia no podía venir a verlo, que le mandaban besos del país donde se encontraban de vacaciones.
Sus manos tiemblan mientras la joven lee la carta, igual al frío en aquella mañana, así era el corazón de los que cambiaron la sangre, por pequeñas alegrías.
Mientras me acerco, no soy capaz de renunciar a mi tristeza. ¿Cómo pudieron dejar de venir, justo en el día del abuelo?
Yo no tengo el mío, hace años que se marchó su huella, quizá por ese motivo me duele más.
Apurado y sin pedirle permiso me senté a su lado, quería de alguna manera hacerle sentir que no estaba solo, que yo estaba ahí para escucharlo. Mi único anhelo, era que por un rato aunque fueran minutos, me sintiera un familiar.
Me miró y pude ver la alegría nacer en sus ojos y, fue ahí que me confundió con su hijo.
Sabía que ibas a venir Uruguay, me dijo, y se quebró en llanto mientras me abraza.
En ese momento, juro que sentí aquel abrazo que hace años me daba mi padre cada vez que nos veíamos, y lloré sintiéndome niño, junto con aquel hombre viejo, que se hacía pedazos sentado a mi lado.
Desde ese domingo, aunque llueva, truene, o haga frío, no dejo de venir a visitar a Don José.
Él me espera sentado en su banco viejo, con sus ojos de cielo y su gorra apolillada, pero con un abrazo que sigue vivo.
sábado, 10 de diciembre de 2016
Confesiones de un escritor pobre
Un día me vi cansado por seguir
cargando penas de trabajo, por sacrificarme viendo que mi destino no lo
conozco, y no sé dónde buscarlo. Así que solo tomé unas hojas y lápiz, y busqué
calmar este nuevo sentir que hoy ha nacido.
Dejé libres a mis manos que de
apoco se soltaron sobre el papel, mientras las observaba correr en una caravana
de palabras, que de apoco encontraban su lugar.
Aquellas manos llenas de callos y
cortes volaban, parecían mariposas que flotaban en un lienzo blanco, que
anhelaba ser tallado.
Lo que se forma al leer en cada
palabra me lleva a otro momento, ¡será cierto!, o solo soy poco crítico y
pienso que suenan bien.
Que su significado son cosas que
siento y que estaban dormidas muy adentro, que de alguna manera lograron nacer
y encontraron su libertad en mis manos.
Quizás fui ciego, recuerdo que en
el liceo hace muchos años un escrito ganó un te felicito de parte de mi profesora
de literatura, o más acá en el tiempo, ese sueño en el que las palabras
brotaban lejos de mí control.
Fueron estas, migas de pan que
la vida soltó en mi camino para que yo las recogiera y yo jamás me di cuenta
hasta ahora, ¿no lo sé?
De alguna manera tengo que saber
qué significa esto que siento al escribir.
Investigué sobre concursos literarios,
pensé, por qué no probar con algo que he escrito, y sacarme esta duda, ver si
los jurados sienten lo mismo que yo siento.
Porque no pensar de esta manera,
si después de todo pisan las mismas calles, respiran el mismo aire, su sangre
es roja igual a la mía.
Yo sé que no tengo estudios, que
apenas fui tres años al liceo, que no me recibí de nada, ¿esto no me hace menos?,
por dentro mi corazón late, y este tiene sentimientos dormidos que quieren
caminar.
Mi apellido no es importante,
nunca calcé zapatos de oro, pero tengo a mis manos, las que algunas veces
sangran pero también me alimentan.
De alguna manera supe escribir
diferentes estilos, escribir sin buscar que las palabras suenen lindo, o querer
encontrar otras que ni siquiera están escritas en el diccionario.
Solo solté a ese ser que vive adentro mío, que sin ser mudo me grita desde siempre, y que sin ser sordo hasta
hoy, yo no lograba escucharlo.
Es mi alma la que llora por encontrar
un sentir, la que descubrió en mis manos ese instrumento que la libera, que le
da esperanza de vivir.
Un día en mi trabajo el teléfono
sonó, y unas palabras le regalaron una sonrisa a mi cara. Usted es el autor de…
Y esas fueron las únicas palabras importantes que recuerdo de aquella charla.
¡Autor!, que lindo suena esta
palabra, es de un mundo que yo no conozco, donde las vocales respiran en dada
verso.
¡Es verdad esto!, o estoy soñando
me dije. Me siento feliz de saber que de alguna manera, a alguien le gustaron
mis pequeñas letras.
Entonces me puse a pensar, no es
necesario ser licenciado, profesor o erudito para escribir, solo se necesita
tener sentimientos y soñar dejándolos libres.
Después de todo un hombre de
chacra puede ser presidente de un país, o un obrero metalúrgico puede dirigir
una potencia mundial, yo, puedo ser escritor.
No creo que se hayan recibido de
nada, por lo menos no más de lo que yo me he recibido, que también salgo cada
mañana a buscar mi destino.
Hace muchos años que dejé de usar
trajes, hoy visto de jean y remera, y mis zapatos negros duermen en telarañas.
Conseguí un saco, desperté a los
zapatos, pero igual me fui de jean, no quiero cambiar todo en mí, necesito
sentirme libre.
Me encontré rodeado de paredes
que en su altura llegaban al cielo, escalones de mármol me ven pisar su cara, y
ahí estaba yo.
Se notaba que veníamos de mundos
diferentes, pero esa noche fuimos iguales.
No dejaba de mirar a aquella
gente, vestida elegantemente hasta el cansancio, con sus dedos de oro y
sonrisas en falso. Y yo sentado entre ellos, con mi saco prestado y mis manos
de llanto.
Pude escuchar un montón de
palabras, que se perdían al compás de sillas y botones sin aliento.
Sin darme cuenta los que ganaron
fueron pasando a mi lado, sin saber que yo también estaba ahí siendo un
ganador.
Cuando a mis oídos llegaron las
letras de mi nombre, el silencio se durmió en mis pies, y me encontré envuelto
en una sinfonía de aplausos que se soltaban por mí.
Estoy agradecido con la vida, hoy
puedo decir que las palabras ya no son esclavas en mi alma.
lunes, 21 de noviembre de 2016
Por pascuas
Sin darme cuenta los días murieron en meses, y este año, encontró a Mayo vestido de pascuas. Era el último domingo del mes, sin embargo se parecía más aun día de trabajo.
La gente daba vueltas por la calle, con sus abrigos de media estación, sus gorras de lana, y esas bufandas tejidas en la noche, que parecen dar vida a los colores.
Aparte de ser domingo y pascua, también se celebraba la entrada de una nueva estación, marcada por el amarillo y el naranja, que correteaba en hojas secas por la calle.
En mi casa la pascua, no se celebraba de la misma manera. Los huevos no eran comprados en la tienda, estos los hacía mi tía. Ella prefería cocinar el chocolate y darle su toque de sabor (receta, según ella que cargaba de herencia) y aquellos extraños olores que se escapaban de la cocina, cada vez que lo preparaba.
La gente daba vueltas por la calle, con sus abrigos de media estación, sus gorras de lana, y esas bufandas tejidas en la noche, que parecen dar vida a los colores.
Aparte de ser domingo y pascua, también se celebraba la entrada de una nueva estación, marcada por el amarillo y el naranja, que correteaba en hojas secas por la calle.
En mi casa la pascua, no se celebraba de la misma manera. Los huevos no eran comprados en la tienda, estos los hacía mi tía. Ella prefería cocinar el chocolate y darle su toque de sabor (receta, según ella que cargaba de herencia) y aquellos extraños olores que se escapaban de la cocina, cada vez que lo preparaba.
sábado, 19 de noviembre de 2016
Desde que vivo (En homenaje a Jacinta)
Desde que vivo, desde que mis huellan transitan por este mundo, donde los años son igual a vidrios rotos, he vivido con limitaciones que se hacen sombra en mí costado.
Sin ser libre ante la necesidad, pude darme cuenta que el tiempo es tirano, y es capaz de llenar el cuerpo con rencores de palabras malas, donde cada día se hace más difícil encontrar la noche.
La vida camina con bastón por mis huesos, y sus rezongos se hacen melodía detrás de mi oreja, mientras el polvo de la calle se esconde en mis talones.
Desde lo moral a lo puritano, incluso desde la locura a una falsa receta que no te da ninguna esperanza de vida, todos rogamos ser centro de atención, y en ese intento mezquino, nos perdimos leyendo un libro que nunca nos enseñó nada.
Sin ser libre ante la necesidad, pude darme cuenta que el tiempo es tirano, y es capaz de llenar el cuerpo con rencores de palabras malas, donde cada día se hace más difícil encontrar la noche.
La vida camina con bastón por mis huesos, y sus rezongos se hacen melodía detrás de mi oreja, mientras el polvo de la calle se esconde en mis talones.
Desde lo moral a lo puritano, incluso desde la locura a una falsa receta que no te da ninguna esperanza de vida, todos rogamos ser centro de atención, y en ese intento mezquino, nos perdimos leyendo un libro que nunca nos enseñó nada.
miércoles, 9 de noviembre de 2016
En un camino sin pulso
No imagino dónde estoy, solo puedo pensar que tal vez camino en mis pasos, y mis zapatos marcan la ruta a seguir en este camino.
Tengo la cara como recién afeitada, pintada con blanco tiza, igual que la cara de un payaso sin alegría. Mis manos están tristes y las uñas cortas, mi pelo se siente pegajoso, traigo puesto un traje negro y una corbata que no hace juego.
Mi cuerpo se siente de invierno, pero no veo caminar ni un solo quejido del viento, ni siquiera a él tengo de compañía. Tampoco veo el sol, cómo me gustaría sentir un poco de su aliento, sentir un minúsculo reflejo de su calor, mirarlo, aunque eso cegué mis ojos.
No tengo noción del tiempo, y la verdad me tiene sin cuidado. Por muchos años luché para conseguir mis metas, y sin embargo en el camino, amputé tantos sueños simples sin darme cuenta.
La soledad es un sentimiento negro, compañero fiel pero amargo, y estar en sus brazos es morir minuto a minuto, escuchando un astillado reloj de recuerdos.
Tengo la cara como recién afeitada, pintada con blanco tiza, igual que la cara de un payaso sin alegría. Mis manos están tristes y las uñas cortas, mi pelo se siente pegajoso, traigo puesto un traje negro y una corbata que no hace juego.
Mi cuerpo se siente de invierno, pero no veo caminar ni un solo quejido del viento, ni siquiera a él tengo de compañía. Tampoco veo el sol, cómo me gustaría sentir un poco de su aliento, sentir un minúsculo reflejo de su calor, mirarlo, aunque eso cegué mis ojos.
No tengo noción del tiempo, y la verdad me tiene sin cuidado. Por muchos años luché para conseguir mis metas, y sin embargo en el camino, amputé tantos sueños simples sin darme cuenta.
La soledad es un sentimiento negro, compañero fiel pero amargo, y estar en sus brazos es morir minuto a minuto, escuchando un astillado reloj de recuerdos.
martes, 8 de noviembre de 2016
Zapatos negros
Hoy tomé el tren de las siete y treinta, para llegar a mi destino a las nueve quince, es un viaje que parece no tener fin, es la misma cruz que marca el almanaque, la misma costumbre, hasta parece que voy sentado en el mismo vagón amarillo, cada día con la misma gente. Llevo puesto el traje que use ayer, o no, quizás es el traje del día anterior a hoy, más bien se parece al traje del lunes. Bueno en realidad da lo mismo de que día es el traje, a fin de cuentas todos mis trajes son del mismo colo gris nube, la misma camisa celeste, y la misma corbata marrón. Los prefiero así, que sean todos iguales para no tener que pensar a la hora de elegir, el que me queda peor.
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