Vi
a la noche hacerse día, y fueron mis dedos los que renacían cada mañana, por
recorrer sin prisa las curvas de tu cuerpo con ganas de ser descubiertas y
conquistadas.
Tus
labios agrietados, germinaban mientras se tocaban, renacían plenos, llenándose
de rojos, muriendo con cada beso de mi boca.
El
amor fallece, y se entrega a dos cuerpos que se complementan y se hacen uno,
entre gemidos, orgasmos, y caricias que gritan por seguir vivas.
Me
hice dueño de tu piel, abandoné el puerto de la castidad por ser pecador en tu
iglesia, por encontrar refugio en los matices de tu sexo.
La
mañana se hizo luz en mi cama, y las sábanas, ellas aún lloran extrañando el
perfume de tus senos. Una solitaria almohada me confiesa que te amó al sentirse
poseída, y yo le murmuro que todavía te siento, como si siguieras aquí y no te
hubieras ido sin despedirte, con tus pasos desnudos. Te seguiré esperando cada
noche, te buscaré en cada luna nueva, aunque te hayas ido lejos, dejando mis
deseos, abandonando mi piel para perderte en el ocaso.
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Solo quiero decirte, gracias.