sábado, 10 de diciembre de 2016

Confesiones de un escritor pobre

Un día me vi cansado por seguir cargando penas de trabajo, por sacrificarme viendo que mi destino no lo conozco, y no sé dónde buscarlo. Así que solo tomé unas hojas y lápiz, y busqué calmar este nuevo sentir que hoy ha nacido.
Dejé libres a mis manos que de apoco se soltaron sobre el papel, mientras las observaba correr en una caravana de palabras, que de apoco encontraban su lugar.
Aquellas manos llenas de callos y cortes volaban, parecían mariposas que flotaban en un lienzo blanco, que anhelaba ser tallado.
Lo que se forma al leer en cada palabra me lleva a otro momento, ¡será cierto!, o solo soy poco crítico y pienso que suenan bien.
Que su significado son cosas que siento y que estaban dormidas muy adentro, que de alguna manera lograron nacer y encontraron su libertad en mis manos.
Quizás fui ciego, recuerdo que en el liceo hace muchos años un escrito ganó un te felicito de parte de mi profesora de literatura, o más acá en el tiempo, ese sueño en el que las palabras brotaban lejos de mí control.
Fueron estas, migas de pan que la vida soltó en mi camino para que yo las recogiera y yo jamás me di cuenta hasta ahora, ¿no lo sé?
De alguna manera tengo que saber qué significa esto que siento al escribir.
Investigué sobre concursos literarios, pensé, por qué no probar con algo que he escrito, y sacarme esta duda, ver si los jurados sienten lo mismo que yo siento.
Porque no pensar de esta manera, si después de todo pisan las mismas calles, respiran el mismo aire, su sangre es roja igual a la mía.
Yo sé que no tengo estudios, que apenas fui tres años al liceo, que no me recibí de nada, ¿esto no me hace menos?, por dentro mi corazón late, y este tiene sentimientos dormidos que quieren caminar.
Mi apellido no es importante, nunca calcé zapatos de oro, pero tengo a mis manos, las que algunas veces sangran pero también me alimentan.
De alguna manera supe escribir diferentes estilos, escribir sin buscar que las palabras suenen lindo, o querer encontrar otras que ni siquiera están escritas en el diccionario.
Solo solté a ese ser que vive adentro mío, que sin ser mudo me grita desde siempre, y que sin ser sordo hasta hoy, yo no lograba escucharlo. 
Es mi alma la que llora por encontrar un sentir, la que descubrió en mis manos ese instrumento que la libera, que le da esperanza de vivir.
Un día en mi trabajo el teléfono sonó, y unas palabras le regalaron una sonrisa a mi cara. Usted es el autor de… Y esas fueron las únicas palabras importantes que recuerdo de aquella charla.
¡Autor!, que lindo suena esta palabra, es de un mundo que yo no conozco, donde las vocales respiran en dada verso.
¡Es verdad esto!, o estoy soñando me dije. Me siento feliz de saber que de alguna manera, a alguien le gustaron mis pequeñas letras.
Entonces me puse a pensar, no es necesario ser licenciado, profesor o erudito para escribir, solo se necesita tener sentimientos y soñar dejándolos libres.
Después de todo un hombre de chacra puede ser presidente de un país, o un obrero metalúrgico puede dirigir una potencia mundial, yo, puedo ser escritor.
No creo que se hayan recibido de nada, por lo menos no más de lo que yo me he recibido, que también salgo cada mañana a buscar mi destino.
Hace muchos años que dejé de usar trajes, hoy visto de jean y remera, y mis zapatos negros duermen en telarañas.
Conseguí un saco, desperté a los zapatos, pero igual me fui de jean, no quiero cambiar todo en mí, necesito sentirme libre.
Me encontré rodeado de paredes que en su altura llegaban al cielo, escalones de mármol me ven pisar su cara, y ahí estaba yo.
Se notaba que veníamos de mundos diferentes, pero esa noche fuimos iguales.
No dejaba de mirar a aquella gente, vestida elegantemente hasta el cansancio, con sus dedos de oro y sonrisas en falso. Y yo sentado entre ellos, con mi saco prestado y mis manos de llanto.
Pude escuchar un montón de palabras, que se perdían al compás de sillas y botones sin aliento.
Sin darme cuenta los que ganaron fueron pasando a mi lado, sin saber que yo también estaba ahí siendo un ganador.
Cuando a mis oídos llegaron las letras de mi nombre, el silencio se durmió en mis pies, y me encontré envuelto en una sinfonía de aplausos que se soltaban por mí.
Estoy agradecido con la vida, hoy puedo decir que las palabras ya no son esclavas en mi alma.



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