domingo, 18 de diciembre de 2016

La media hora del abuelo

Era solo un hombre, un prisionero en una cama de hierro. Con su sufrimiento, le añadía una raya más al esqueleto de alambres y huesos, que hoy lo retenían.
En aquel viejo hospital con pisos de baldosas gastadas y sin color, en una sala postrado, entregado a una enfermedad egoísta y solitaria que desgastaba su cuerpo, así se encontraba el abuelo.
El abuelo, como lo llamaban las enfermeras, aquellas que le habían tomado cariño al verlo con su pelo blanco y sus ojos color de cielo.
Vacíos sus ojos, que una vez fueron igual que dos soles llenos de luz y color, sin embargo hoy, son solo dos sombras en dos huecos profundos que habitan en una cara mustia y llena de surcos.
Lleno de ausencias, sus ojos muertos se fijan en la pequeña luz que cuelga del techo, al que le lejos de estar completo, le faltan pedazos de carne.
El abuelo se queda mirando aquella luz, y en un instante se pierde en sus recuerdos.
Con un suave murmullo con el que parece estar hablando con sí mismo, unas palabras suaves se van uniendo una letra tras otra, para decir: ¡Mi querida nieta!
Mi Juanita, si parece que fue ayer cuando vi tu llegada, cuando miré tu cara llena de rojas mejillas, que parecían dos manzanas en un árbol lleno de vida.
Un pelo rubio y copioso cubría tu pequeña cabeza, y dos ojos casi de avellanas bailaban repletos de risa, porque no podían dejar de mirarme.
Tus pequeñas manos se movían, parecían volar, mientras tu madre te embellecía con aquel, tu primer vestido color rosa.
Naciste en el mes de marzo de madrugada, cuando comenzaba el otoño y el calor del verano se alejaba del almanaque y abandonaba su tiempo.
¡No la abrigues tanto!, le dije a tu madre, que quizá por ser primeriza te puso una gorra de lana, medias y una pequeña bufanda con dibujos y colores.
Así, casi sin poder moverte te tomé entre mis brazos, en ese momento me sentí completo, contigo crecía mi legado, mi herencia y mi sangre.
Como en un pestañeo, el tiempo se tomó su tiempo, y los años se me escaparon entre los dedos.
Parece que fue ayer, cuando te tuve entre mis manos recién llegada a este mundo, y aún siento la emoción que tenía cuando te vi dar tus primeros pasos.
Recuerdo las caídas al dar tus primeras vueltas en bicicleta, yo te seguía detrás, intentaba agarrarte porque no quería que te hicieras daño, y hoy, tu vida vive tus doce años.
¡Cuánto me gustaría retroceder el tiempo en mi reloj enfermo!, poder parar el movimiento de sus agujas, o hacerlas correr hacia atrás.
Hacerlas correr al día en que naciste, y quedarme en ese momento contigo Juanita.
La noche, me ha encontrado llorando igual que un niño, he maldecido al destino por no darme más tiempo para vivir tus días.
Me atormenta la idea de no verte más Juanita, sigo acostado cubierto por estas sábanas blancas con mis brazos llenos de tubos y cables, por eso, mis ojos no encuentran consuelo y solo miran hacia la puerta buscando tus pasos.
Te veo llegar, con tu pelo rubio y largo, parecen infinitos campos de trigo, y tu sonrisa que llena mi alma.
¡Deja que me quite la máscara de oxígeno, necesito hablarte!
Mi nieta, mi Juanita, no quiero que me veas así, soy una marioneta con estos cables, ellos me mueven y me dan vida.
Pero no estaban solos en la sala.
Mientras hablan, una silueta de barro envuelta en harapos se frota las manos frente a su cama.
¡Todavía no me voy!, gritó el abuelo. Quiero media hora más, ya tendrás tu tiempo.

- ¿A quién le gritas abuelo?
- No me hagas caso Juanita, estoy hablando solo. Los viejos hablamos solos.
  Mi Juanita, el abuelo tiene que irse de viaje por un tiempo.
  Quiero que seas buena y cuides a tu abuela.
- Abuelo ¿Cuándo te voy a volver a ver?
- No te preocupes Juanita. Aunque no me veas, yo siempre estaré a tu lado.

Voy a estar en cada flor que recojas, en las piedras del camino por donde pases, o seré ese árbol que sostenga tu hamaca, donde tu vallas allí yo estaré.
Ahora te pido que me des un beso, el abuelo está cansado y tiene sueño, así mañana cuando despierte, aún tendré en mi cara tu beso dormido.


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Solo quiero decirte, gracias.