Era solo un hombre, un prisionero
en una cama de hierro. Con su sufrimiento, le añadía una raya más al esqueleto
de alambres y huesos, que hoy lo retenían.
En aquel viejo hospital con pisos
de baldosas gastadas y sin color, en una sala postrado, entregado a una
enfermedad egoísta y solitaria que desgastaba su cuerpo, así se encontraba el
abuelo.
El abuelo, como lo llamaban las
enfermeras, aquellas que le habían tomado cariño al verlo con su pelo blanco y
sus ojos color de cielo.
Vacíos sus ojos, que una vez
fueron igual que dos soles llenos de luz y color, sin embargo hoy, son solo dos
sombras en dos huecos profundos que habitan en una cara mustia y llena de
surcos.
Lleno de ausencias, sus ojos
muertos se fijan en la pequeña luz que cuelga del techo, al que le lejos de
estar completo, le faltan pedazos de carne.
El abuelo se queda mirando
aquella luz, y en un instante se pierde en sus recuerdos.
Con un suave murmullo con el que
parece estar hablando con sí mismo, unas palabras suaves se van uniendo una
letra tras otra, para decir: ¡Mi querida nieta!
Mi Juanita, si parece que fue
ayer cuando vi tu llegada, cuando miré tu cara llena de rojas mejillas, que parecían
dos manzanas en un árbol lleno de vida.
Un pelo rubio y copioso cubría tu
pequeña cabeza, y dos ojos casi de avellanas bailaban repletos de risa, porque
no podían dejar de mirarme.
Tus pequeñas manos se movían,
parecían volar, mientras tu madre te embellecía con aquel, tu primer vestido
color rosa.
Naciste en el mes de marzo de
madrugada, cuando comenzaba el otoño y el calor del verano se alejaba del almanaque y
abandonaba su tiempo.
¡No la abrigues tanto!, le dije a
tu madre, que quizá por ser primeriza te puso una gorra de lana, medias y una pequeña
bufanda con dibujos y colores.
Así, casi sin poder moverte te
tomé entre mis brazos, en ese momento me sentí completo, contigo crecía mi
legado, mi herencia y mi sangre.
Como en un pestañeo, el tiempo se
tomó su tiempo, y los años se me escaparon entre los dedos.
Parece que fue ayer, cuando te
tuve entre mis manos recién llegada a este mundo, y aún siento la emoción que tenía
cuando te vi dar tus primeros pasos.
Recuerdo las caídas al dar tus
primeras vueltas en bicicleta, yo te seguía detrás, intentaba agarrarte porque
no quería que te hicieras daño, y hoy, tu vida vive tus doce años.
¡Cuánto me gustaría retroceder el
tiempo en mi reloj enfermo!, poder parar el movimiento de sus agujas, o
hacerlas correr hacia atrás.
Hacerlas correr al día en que
naciste, y quedarme en ese momento contigo Juanita.
La noche, me ha encontrado
llorando igual que un niño, he maldecido al destino por no darme más tiempo para vivir tus
días.
Me atormenta la idea de no verte
más Juanita, sigo acostado cubierto por estas sábanas blancas con mis brazos
llenos de tubos y cables, por eso, mis ojos no encuentran consuelo y solo miran
hacia la puerta buscando tus pasos.
Te veo llegar, con tu pelo rubio
y largo, parecen infinitos campos de trigo, y tu sonrisa que llena mi alma.
¡Deja que me quite la máscara de
oxígeno, necesito hablarte!
Mi nieta, mi Juanita, no quiero
que me veas así, soy una marioneta con estos cables, ellos me mueven y me dan vida.
Pero no estaban solos en la sala.
Mientras hablan, una silueta de
barro envuelta en harapos se frota las manos frente a su cama.
¡Todavía no me voy!, gritó el
abuelo. Quiero media hora más, ya tendrás tu tiempo.
- ¿A quién le gritas abuelo?
- No me
hagas caso Juanita, estoy hablando solo. Los viejos hablamos solos.
Mi Juanita, el abuelo tiene que irse de viaje
por un tiempo.
Quiero que seas buena y cuides a tu abuela.
Quiero que seas buena y cuides a tu abuela.
- Abuelo
¿Cuándo te voy a volver a ver?
- No te
preocupes Juanita. Aunque no me veas, yo siempre estaré a tu lado.
Voy a estar en cada flor que
recojas, en las piedras del camino por donde pases, o seré ese árbol que sostenga tu hamaca,
donde tu vallas allí yo estaré.
Ahora te pido que me des un beso,
el abuelo está cansado y tiene sueño, así mañana cuando despierte, aún tendré en
mi cara tu beso dormido.
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Solo quiero decirte, gracias.