Desde que vivo, desde que mis huellan transitan por este mundo, donde los años son igual a vidrios rotos, he vivido con limitaciones que se hacen sombra en mí costado.
Sin ser libre ante la necesidad, pude darme cuenta que el tiempo es tirano, y es capaz de llenar el cuerpo con rencores de palabras malas, donde cada día se hace más difícil encontrar la noche.
La vida camina con bastón por mis huesos, y sus rezongos se hacen melodía detrás de mi oreja, mientras el polvo de la calle se esconde en mis talones.
Desde lo moral a lo puritano, incluso desde la locura a una falsa receta que no te da ninguna esperanza de vida, todos rogamos ser centro de atención, y en ese intento mezquino, nos perdimos leyendo un libro que nunca nos enseñó nada.
Esta juventud mía, que se hace mujer de apuro y me lleva por caminos que jamás hubiera querido pisar, me deja lejos del amparo de un anhelo.
Desde la esquina torcida de la conciencia, donde la intolerancia y pensar que no es mi problema se juntan, desde ese lugar surgen gigantes rencores mal pagos, con dolores mal escritos en el ataúd maltrecho de la desigualdad.
Todos quieren ser dueños de la verdad, que solo es mentira, y hasta en sus pequeñas carretas, los bueyes de madera nunca fueron propios.
Quién juzga lo bueno y lo malo, quién tiene el corazón tan rojo para reclamar sobre el tiempo, o sobre los años a vivir.
Mi amargura sin aliento, apenas puede ocultarse detrás de una cansada pileta de lavar, donde retuerzo mis pesadas ambiciones, mientras el jabón del olvido se sumerge en mis ojos.
Siento que están perdidos, todos aquellos que navegan en el mundo con barcos de paja, en un mar que devora toda insensibilidad.
Desde la montaña rusa de la injusticia, no reconocen a quién camina debajo de ellos, la verdad, o su verdad, es apenas una biblia telefónica que guía sus días.
Que falso Adolfo y Neruda juzga en pluma propia, cuanto puede vivir un ser humano.
En un punto, no sé cuándo, nos volvimos insensibles, nos quebramos atados y sin sentimientos, una venda de castidad cegó nuestros ojos, alejándonos de la realidad.
Es tan difícil reconocer que desde la sabiduría hasta el analfabeto, la carrera hasta el cielo nos pertenece a todos ¿Por qué no creerlo?
Desde que el mundo es mundo, hay quienes se ven superiores, engordados a base de espaldas ajenas, viven en mansiones hechas de sufrimiento, y conducen autos de papel. Pero todos los reyes piensan que vivir tanto no es bueno, que el pueblo no haga de este logro una lucha, que la palabra longeva no se transforme en bandera, dejemos que el tiempo nos juzgue.
Quizás la culpa es mía, por vivir ciento once años, estoy segura que es mía la culpa, yo que he visto en este largo tiempo, como nos convertimos en animales castrados.
Hoy me pongo a pensar ¿Para qué vivir tanto? Si ni siquiera se me honra el haber vestido en dos siglos, y por haber entregado mis manos a la intolerancia, limpiando la basura ajena.
Para el próximo siglo la indiferencia y la hipocresía tendrán vida propia, ya sin ser parte de nosotros, tal vez nos hagan pagar en carne propia haber vivido tanto.
¿Quién quiere llegar a viejo? Ser un estorbo, soñar de prestado, dando trabajo a los que te ayudan a vestir, sin notar los pájaros muertos que revolotean por su frente.
Es toda tan distinto ahora, cuanto extraño mi niñez, aunque el castigo llegaba cada día, siendo niña mi cuerpo lo soportaba, hoy hasta las lágrimas me lastiman.
Mis recuerdos se han fundido en aquel tiempo demasiado áspero, pero yo Jacinta cada día despierto y me digo, estoy aquí, sigo viva.
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Solo quiero decirte, gracias.