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miércoles, 11 de enero de 2017

Por falta de leña

El viejo, Juan, caminaba cabizbajo junto a la leña, que se mantenía inmóvil, esparcida por el campo.
¡Ésta, de seguro hace pura llama! En cambio la coronilla ¡Qué leña buena es la coronilla!
¿No les parece?, que es una de las mejores maderas, que es capaz de entregarse al fuego para formar una buena braza.
La estufa sopla y sopla su cansado humo, y pide a gritos que la llena con leña. Ayer, traje un montón que recogí entre cascaras de eucaliptus y  piñas resecas.
Si no avivo el fuego, la comida no estará pronta para cuando llegue, Lucrecia.
Se va a enfadar conmigo, y va a tener que esperar y, es algo que yo sé que no le gusta.
¡Pero ni la mesa está puesta!
¿Qué les parece, pondré algún florero sobre la mesa? A, Lucrecia, le gustan las rosas. Prefiere las que son bien perfumadas, con pétalos bien formados y brillantes. Esas, que esperan hasta el final del verano, para desojarse.
¡Justo ahora, la estufa se viene a apagar del todo! Necesito más papel para intentar encender éstas brazas, que siguen frías y se retuercen en el fondo.
Ya hace rato que intento encender la estufa, y la muy maldita no quiere. Soplo sin parar, mientras le arrimo otro pedazo de papel. ¡Si le hago aire con el repasador, quizá prende!
¡Ustedes pensarán que estoy loco, y tal vez tengan razón!
Lo mejor sería echarle un poco de querosén, con eso segur prende.
Era solo un niño cuando llevaba el pelo corto. Ahora lo tengo igual, pero más chamuscado, gracias al fogonazo del querosén. ¿Habrá quedado con sabor la comida?
Espero que, Lucrecia, no tenga buen olfato. Voy a traer más rosas, así logro disimular en algo el olor inmundo, que emerge incesante de la estufa.
Parece que fue ayer, cuando hice este jardín, y lo llené de flores. Recuerdo que solo era tierra y unas cuantas piedras.
Lucrecia, solo quería rosas. ¡Yo prefiero los jazmines, porque su perfume es más dulce que el de una rosa!
Voy a cortar unas cuantas flores, y las voy a poner sobre la mesa. Al costado de la estufa, allí también pondré algunas. Quiero disimular el asqueo a querosén.
¡Lucrecia, me matará, si llega a descubrir lo que hice!
Si aparte de las rosas, derramo un poco de perfume. ¿Qué piensan, estaré haciendo lo correcto?
Puede que sí y, de una vez por todas logro quitar el mal olor y, tal vez la comida con, Lucrecia, no sale tan mal.
El perfume hizo avivar el fuego, y la comida hierve dentro de la olla. La voy a dejar tapada, mientras me visto.
En diez minutos llega, Lucrecia. ¿Estaré bien vestido para la ocasión? Yo creo que sí, creo que me irá bien después de todo.
Mejor miro la estufa.
Elegir la ropa que ponerme, me ha llevado media hora. ¡Creo que fue demasiado fuego!
La comida se pegó en el fondo de la olla.
Por suerte, Lucrecia, no vino.

jueves, 22 de diciembre de 2016

De un mismo vientre

Nunca quise convertirme en un joven cruel, y es que yo no pedí nacer en estas circunstancias.
Mi madre me tuvo siete minutos después que a mi hermano Omar, y aunque siempre fuimos unidos, el nació diferente, o quizá todo en la vida se le hizo más fácil.
Llegué de sorpresa, jamás me vieron en las ecografías, porque yo me escondía a toda hora en la sombra de mi hermano. A su lado yo me sentía seguro, y la unión que brotaba de nosotros, me hacía pensar que eso nunca cambiaría.
Omar nació con un don, todo lo que tocaba se transformaba en arte, mientras que yo no heredé ni una semilla de su infinito talento.
Nacimos siendo iguales, pero no sé en qué momento cambiamos. Al principio parecíamos dos gotas de la misma lluvia, los dos teníamos el mismo color de pelo, nuestros ojos eran de celestes nubes y hasta la forma de caminar era igual. Nuestra sonrisa era tan idéntica, que siempre nos confundían al escucharnos reír.

domingo, 18 de diciembre de 2016

La media hora del abuelo

Era solo un hombre, un prisionero en una cama de hierro. Con su sufrimiento, le añadía una raya más al esqueleto de alambres y huesos, que hoy lo retenían.
En aquel viejo hospital con pisos de baldosas gastadas y sin color, en una sala postrado, entregado a una enfermedad egoísta y solitaria que desgastaba su cuerpo, así se encontraba el abuelo.
El abuelo, como lo llamaban las enfermeras, aquellas que le habían tomado cariño al verlo con su pelo blanco y sus ojos color de cielo.
Vacíos sus ojos, que una vez fueron igual que dos soles llenos de luz y color, sin embargo hoy, son solo dos sombras en dos huecos profundos que habitan en una cara mustia y llena de surcos.
Lleno de ausencias, sus ojos muertos se fijan en la pequeña luz que cuelga del techo, al que le lejos de estar completo, le faltan pedazos de carne.
El abuelo se queda mirando aquella luz, y en un instante se pierde en sus recuerdos.
Con un suave murmullo con el que parece estar hablando con sí mismo, unas palabras suaves se van uniendo una letra tras otra, para decir: ¡Mi querida nieta!
Mi Juanita, si parece que fue ayer cuando vi tu llegada, cuando miré tu cara llena de rojas mejillas, que parecían dos manzanas en un árbol lleno de vida.
Un pelo rubio y copioso cubría tu pequeña cabeza, y dos ojos casi de avellanas bailaban repletos de risa, porque no podían dejar de mirarme.
Tus pequeñas manos se movían, parecían volar, mientras tu madre te embellecía con aquel, tu primer vestido color rosa.
Naciste en el mes de marzo de madrugada, cuando comenzaba el otoño y el calor del verano se alejaba del almanaque y abandonaba su tiempo.
¡No la abrigues tanto!, le dije a tu madre, que quizá por ser primeriza te puso una gorra de lana, medias y una pequeña bufanda con dibujos y colores.
Así, casi sin poder moverte te tomé entre mis brazos, en ese momento me sentí completo, contigo crecía mi legado, mi herencia y mi sangre.
Como en un pestañeo, el tiempo se tomó su tiempo, y los años se me escaparon entre los dedos.
Parece que fue ayer, cuando te tuve entre mis manos recién llegada a este mundo, y aún siento la emoción que tenía cuando te vi dar tus primeros pasos.
Recuerdo las caídas al dar tus primeras vueltas en bicicleta, yo te seguía detrás, intentaba agarrarte porque no quería que te hicieras daño, y hoy, tu vida vive tus doce años.
¡Cuánto me gustaría retroceder el tiempo en mi reloj enfermo!, poder parar el movimiento de sus agujas, o hacerlas correr hacia atrás.
Hacerlas correr al día en que naciste, y quedarme en ese momento contigo Juanita.
La noche, me ha encontrado llorando igual que un niño, he maldecido al destino por no darme más tiempo para vivir tus días.
Me atormenta la idea de no verte más Juanita, sigo acostado cubierto por estas sábanas blancas con mis brazos llenos de tubos y cables, por eso, mis ojos no encuentran consuelo y solo miran hacia la puerta buscando tus pasos.
Te veo llegar, con tu pelo rubio y largo, parecen infinitos campos de trigo, y tu sonrisa que llena mi alma.
¡Deja que me quite la máscara de oxígeno, necesito hablarte!
Mi nieta, mi Juanita, no quiero que me veas así, soy una marioneta con estos cables, ellos me mueven y me dan vida.
Pero no estaban solos en la sala.
Mientras hablan, una silueta de barro envuelta en harapos se frota las manos frente a su cama.
¡Todavía no me voy!, gritó el abuelo. Quiero media hora más, ya tendrás tu tiempo.

- ¿A quién le gritas abuelo?
- No me hagas caso Juanita, estoy hablando solo. Los viejos hablamos solos.
  Mi Juanita, el abuelo tiene que irse de viaje por un tiempo.
  Quiero que seas buena y cuides a tu abuela.
- Abuelo ¿Cuándo te voy a volver a ver?
- No te preocupes Juanita. Aunque no me veas, yo siempre estaré a tu lado.

Voy a estar en cada flor que recojas, en las piedras del camino por donde pases, o seré ese árbol que sostenga tu hamaca, donde tu vallas allí yo estaré.
Ahora te pido que me des un beso, el abuelo está cansado y tiene sueño, así mañana cuando despierte, aún tendré en mi cara tu beso dormido.


viernes, 25 de noviembre de 2016

El ropero

Igual que un gato prendido a un árbol con sus uñas, así se encontraba Simón bajo su cama. Esa noche y las anteriores eran lo mismo, antes de la diez llegaba su castigo. Ser encerrado en el ropero, al costado de fríos y mudos trajes.
Por ese motivo, al escuchar los escalones de madera astillarse con los pasos de su madre yendo hacia su cama, el pobre Simón se aferraba con más fuerzas, al apolillado colchón de resortes.
Aquellos castigos de ser encerrado no tenían edad. Apenas enderezaba Simón sus pasos, cuando los encierros entraron en práctica. Noche tras noche la misma tradición de oscuridad y silencio, de castración y miedo.

domingo, 6 de noviembre de 2016

Cuando el gallo cante

¡Con el alba, cuando el gallo cante! Eso fue todo lo que le dijeron, y lo tiraron tierra adentro, pasando la sombra de gastados barrotes que marcan la frontera de la celda.
Acusado de haber robado algo que no era suyo, aquel hombre no lograba que sus carceleros vieran su verdad, de que él no era culpable. Que jamas había tomado nada que no fuera suyo.
Pero ninguno de aquellos parados del otro lado de la reja le creían, incluso llegaron a pensar que era un delirante.
    _ ¿Y que me pasará cuando el gallo cante? _ preguntó.
    _ En verdad quieres saberlo, respondieron. ¡Con el alba, cuando el gallo cante, la muerte vendrá a
       buscarte!
Esa noche no durmió, se mantuvo en vilo aguardando, rogando por no escuchar el canto de aquel que anunciaba su muerte al llegar el alba. Así pasó toda una semana entera, hasta que un buen día pensó. No puedo seguir esperando a la muerte, tengo que escapar  de este encierro, no puedo terminar de este modo, yo soy inocente. Pero si intento escapar y me atrapan, pensarán que soy culpable, y que por eso intento huir, no lo puedo permitir, ¡No! Eso no está bien.
Tengo que pensar, el alba está cerca, y si este día el gallo canta, significa que es mi último día de vida.
He escuchado que aquí, a los condenados, los que escuchan cantar el gallo al alba, a esos los cuelgan hasta que su cuerpo deja de temblar.
No le tengo miedo al encierro, no le tengo miedo a la soledad, pero a la muerte, a ella si le temo.
Ya no puedo esperar, no quiero escuchar al gallo cantar, ni al alba, tampoco al anochecer. Estoy decidido, de alguna manera me iré de esta prisión.
Mañana con el alba, cuando el gallo cante, la muerte encontrará mi sudor, mis miedos, hallará lo que fui y lo que pude ser, pero a mí no me encontrará.